RECORDANDO A DON VICENTE PEREDA Y REVILLA.
Este mes de mayo se cumple el setenta y cinco aniversario del fallecimiento de don Vicente Pereda y Revilla, hijo menor de nuestro ilustre novelista José María de Pereda. A pesar de vivir bajo la prolongada sombra literaria de su padre, don Vicente fue también un autor prolífico que cultivó diversos géneros: novela, ensayo, teatro e incluso poesía. Su obra, aunque menos conocida, merece un lugar en la memoria literaria de Cantabria.
La efeméride ha sido recordada por la Sociedad
Cántabra de Escritores (SCE), que, con motivo del Día de las Letras Cántabras -celebrado
el 19 de febrero, fecha elegida por coincidir con la festividad del santo Beato
de Liébana, considerado el primer escritor cántabro documentado-, aprovecha
esta ocasión para rescatar del olvido a escritores vinculados a Cantabria que
han contribuido al desarrollo cultural de la región. Esta labor de recuperación
se centra en autores cuya efeméride se corresponda con múltiplos de veinticinco
años (25, 50, 75, 100, etc.).
Cada año, la SCE realiza un extenso homenaje a estas
personalidades de las letras, ofreciendo un compendio de su vida y obra, así
como una lectura pública de algún texto seleccionado. Tuve el honor de ser
invitado por la SCE -bajo la delegación de su nieto, José María- para
representar a don Vicente Pereda, leyendo un texto de una de sus obras. Escogí
el extracto II “Las campanas del destino”, de su obra Arco Iris. Otra
opción disponible era leer un fragmento de su obra Cantabria,
considerada la primera novela histórica sobre las Guerras Cántabras.
D. Vicente de Pereda nace en Santander en 1881. Fue el
menor de siete hermanos; creció entre Polanco y Santander, al igual que había
vivido su padre. En palabras de D. Sixto Córdova y Oña que cita la redondilla
que Sinesio Delgado escribió en el
semanario el “Madrid Cómico”, refiriéndose a J.Mª de Pereda:
“Montañés
sencillo y franco
que
no cesa de correr
de
Polanco a Santander
de
Santander a Polanco”
D. Vicente Pereda estudió bachiller en Santander y derecho
en Deusto, aunque nunca ejerció la abogacía. Se casó con Joaquina Torres
Quevedo Allport, sobrina del ingeniero e
inventor, con quien tuvo nueve hijos. Siempre estuvo vinculado a Polanco, donde
en 1913 reformó la casa familiar, en la
que había nacido su padre, y que utilizó como residencia. A mediados de los
años veinte, la familia estableció su residencia en Madrid, aunque
frecuentemente continuaban viniendo a Polanco. En Madrid hizo amistad con
muchos escritores, la mayoría
conocidos en las tertulias que frecuentaba en el Ateneo, aunque muchos otros
los conoció gracias a la amistad que mantenían con su padre.
Tanto en Madrid como en Polanco continuó su labor
literaria que, como expuse anteriormente, fue muy extensa y variada. Dicha
actividad literaria la abandonó tras la Guerra Civil, al perder en ella a su
hijo José María.
Don Vicente falleció el 29 de mayo de 1950, cuando, al parecer, se
encontraba preparando el viaje a Polanco para pasar aquí el periodo estival.
Serán sus hijas quienes continúen con la tradición familiar de acercarse a la
casa solariega de Polanco a lo largo del año, especialmente durante el verano.
Personalmente, no llegué a conocer a sus hijos varones -José
María, Luis y Juan-, quienes fallecieron a edades tempranas, ni a su hija Sol,
casada con el capitán y abogado Felipe García-Mauriño, que se exiliaron en
México tras la Guerra Civil.
Sí tuve la fortuna de conocer al resto de sus hijas: María
Fernanda, María Dolores, Ana, Isabel y MariCruz. Todas ellas fueron asiduas
visitantes y muy vinculadas a Polanco, donde gozaron de gran simpatía entre el
vecindario por su amabilidad, cordialidad y filantropía.
Solían venir acompañadas habitualmente por su prima María Teresa
Rivero Pereda, “Tea”, hija de Enrique Rivero y de María, la única hija que tuvo
José María de Pereda.
MariCruz, la menor de las hermanas, falleció en 2006, cuando
conmemorábamos el centenario del fallecimiento de su abuelo. Nos dejó como
legado la letra del Himno a Polanco, cuya música fue compuesta por
Federico Ceballos Horna.
Su vida y obra nos muestran a un hombre sensible, cultivado y
profundamente marcado por su entorno familiar y por los acontecimientos
históricos de su tiempo. Además de su legado literario, nos dejó muestra de su interés
social y su inclinación por la naturaleza. En 1904 creó el
Sindicato Agrícola de Polanco,
construyéndose su sede en el lugar actual del
barrio El Hondal, en 1911, siendo su primer presidente. Este
hecho da cuenta de su carácter emprendedor y de su voluntad de mejora para el
mundo agrario En 1930 con la publicación de
su libro Cotos forestales de previsión expresó sus
inquietudes sociales y agrícolas y su deseo de promover la repoblación forestal.
En el ámbito literario, fue un autor sumamente
prolífico, con una producción marcada por una diversidad temática que abarca
desde la autobiografía hasta el ensayo social y filosófico, pasando por la
poesía y la narrativa. Entre alguna de sus obras más destacadas se encuentra 50,
un texto de carácter autobiográfico en el que se refleja su visión íntima de la
vida y su evolución personal. Otras obras relevantes dentro de su producción
incluyen Sociología y Cristianismo, donde examina la relación entre los
valores religiosos y la estructura social; La vejez, ensayo reflexivo
sobre la última etapa de la vida y el Viejo poema, una emotiva
composición dedicada a su padre. Asimismo, abordó temáticas diversas en títulos
como Esqueletos de oro, centrado en el mundo de la diplomacia; La
Hidalga fea y Juan de Castilla, posiblemente obras narrativas de
corte histórico o costumbrista.
La conmemoración de su aniversario debe
servir para darle a conocer, preservar su memoria, y reconocer su labor. No es tarea fácil
conseguir sus obras, pues buena parte de ellas están descatalogadas. La última
edición de una de sus obras ha sido la realizada a la considerada una de sus
mejores obras Cantabria publicada por el Ayuntamiento de Santander, en
los albores del centenario de su fallecimiento.
La conmemoración de este 75º aniversario no es solo un
homenaje a su figura, sino un acto de justicia cultural. Es momento de que las
administraciones y entidades culturales aprovechen para reeditar, estudiar y difundir su obra, para
que don Vicente Pereda y Revilla ocupe el lugar que merece en la historia de
nuestras letras. Este mes de mayo se cumple el setenta y cinco
aniversario del fallecimiento de don Vicente Pereda y Revilla, hijo menor de
nuestro ilustre novelista José María de Pereda. A pesar de vivir bajo la prolongada sombra
literaria de su padre, don Vicente fue también un autor prolífico que cultivó
diversos géneros: novela, ensayo, teatro e incluso poesía. Su obra, aunque
menos conocida, merece un lugar en la memoria literaria de Cantabria.
La efeméride ha sido recordada por la Sociedad
Cántabra de Escritores (SCE), que, con motivo del Día de las Letras Cántabras -celebrado
el 19 de febrero, fecha elegida por coincidir con la festividad del santo Beato
de Liébana, considerado el primer escritor cántabro documentado-, aprovecha
esta ocasión para rescatar del olvido a escritores vinculados a Cantabria que
han contribuido al desarrollo cultural de la región. Esta labor de recuperación
se centra en autores cuya efeméride se corresponda con múltiplos de veinticinco
años (25, 50, 75, 100, etc.).
Cada año, la SCE realiza un extenso homenaje a estas
personalidades de las letras, ofreciendo un compendio de su vida y obra, así
como una lectura pública de algún texto seleccionado. Tuve el honor de ser
invitado por la SCE -bajo la delegación de su nieto, José María- para
representar a don Vicente Pereda, leyendo un texto de una de sus obras. Escogí
el extracto II “Las campanas del destino”, de su obra Arco Iris. Otra
opción disponible era leer un fragmento de su obra Cantabria,
considerada la primera novela histórica sobre las Guerras Cántabras.
D. Vicente de Pereda nace en Santander en 1881. Fue el
menor de siete hermanos; creció entre Polanco y Santander, al igual que había
vivido su padre. En palabras de D. Sixto Córdova y Oña que cita la redondilla
que Sinesio Delgado escribió en el
semanario el “Madrid Cómico”, refiriéndose a J.Mª de Pereda:
“Montañés
sencillo y franco
que
no cesa de correr
de
Polanco a Santander
de
Santander a Polanco”
D. Vicente Pereda estudió bachiller en Santander y derecho
en Deusto, aunque nunca ejerció la abogacía. Se casó con Joaquina Torres
Quevedo Allport, sobrina del ingeniero e
inventor, con quien tuvo nueve hijos. Siempre estuvo vinculado a Polanco, donde
en 1913 reformó la casa familiar, en la
que había nacido su padre, y que utilizó como residencia. A mediados de los
años veinte, la familia estableció su residencia en Madrid, aunque
frecuentemente continuaban viniendo a Polanco. En Madrid hizo amistad con
muchos escritores, la mayoría
conocidos en las tertulias que frecuentaba en el Ateneo, aunque muchos otros
los conoció gracias a la amistad que mantenían con su padre.
Tanto en Madrid como en Polanco continuó su labor
literaria que, como expuse anteriormente, fue muy extensa y variada. Dicha
actividad literaria la abandonó tras la Guerra Civil, al perder en ella a su
hijo José María.
Don Vicente falleció el 29 de mayo de 1950, cuando, al parecer, se encontraba preparando el viaje a Polanco para pasar aquí el periodo estival. Serán sus hijas quienes continúen con la tradición familiar de acercarse a la casa solariega de Polanco a lo largo del año, especialmente durante el verano.
Personalmente, no llegué a conocer a sus hijos varones -José
María, Luis y Juan-, quienes fallecieron a edades tempranas, ni a su hija Sol,
casada con el capitán y abogado Felipe García-Mauriño, que se exiliaron en
México tras la Guerra Civil.
Sí tuve la fortuna de conocer al resto de sus hijas: María
Fernanda, María Dolores, Ana, Isabel y MariCruz. Todas ellas fueron asiduas
visitantes y muy vinculadas a Polanco, donde gozaron de gran simpatía entre el
vecindario por su amabilidad, cordialidad y filantropía.
Solían venir acompañadas habitualmente por su prima María Teresa
Rivero Pereda, “Tea”, hija de Enrique Rivero y de María, la única hija que tuvo
José María de Pereda.
MariCruz, la menor de las hermanas, falleció en 2006, cuando
conmemorábamos el centenario del fallecimiento de su abuelo. Nos dejó como
legado la letra del Himno a Polanco, cuya música fue compuesta por
Federico Ceballos Horna.
Su vida y obra nos muestran a un hombre sensible, cultivado y
profundamente marcado por su entorno familiar y por los acontecimientos
históricos de su tiempo. Además de su legado literario, nos dejó muestra de su interés
social y su inclinación por la naturaleza. En 1904 creó el
Sindicato Agrícola de Polanco,
construyéndose su sede en el lugar actual del
barrio El Hondal, en 1911, siendo su primer presidente. Este
hecho da cuenta de su carácter emprendedor y de su voluntad de mejora para el
mundo agrario En 1930 con la publicación de
su libro Cotos forestales de previsión expresó sus
inquietudes sociales y agrícolas y su deseo de promover la repoblación forestal.
En el ámbito literario, fue un autor sumamente
prolífico, con una producción marcada por una diversidad temática que abarca
desde la autobiografía hasta el ensayo social y filosófico, pasando por la
poesía y la narrativa. Entre alguna de sus obras más destacadas se encuentra 50,
un texto de carácter autobiográfico en el que se refleja su visión íntima de la
vida y su evolución personal. Otras obras relevantes dentro de su producción
incluyen Sociología y Cristianismo, donde examina la relación entre los
valores religiosos y la estructura social; La vejez, ensayo reflexivo
sobre la última etapa de la vida y el Viejo poema, una emotiva
composición dedicada a su padre. Asimismo, abordó temáticas diversas en títulos
como Esqueletos de oro, centrado en el mundo de la diplomacia; La
Hidalga fea y Juan de Castilla, posiblemente obras narrativas de
corte histórico o costumbrista.
La conmemoración de su aniversario debe
servir para darle a conocer, preservar su memoria, y reconocer su labor. No es tarea fácil
conseguir sus obras, pues buena parte de ellas están descatalogadas. La última
edición de una de sus obras ha sido la realizada a la considerada una de sus
mejores obras Cantabria publicada por el Ayuntamiento de Santander, en
los albores del centenario de su fallecimiento.
La conmemoración de este 75º aniversario no es solo un homenaje a su figura, sino un acto de justicia cultural. Es momento de que las administraciones y entidades culturales aprovechen para reeditar, estudiar y difundir su obra, para que don Vicente Pereda y Revilla ocupe el lugar que merece en la historia de nuestras letras. El Ayuntamiento de Polanco no debiera ser indiferente a esta efeméride.
Tino Barrero.
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