ADIÓS A LAS MONJAS
DE POLANCO.
Por Tino Barrero.
Se marchan las monjas de Polanco. Su partida dejará un profundo vacío en el
alma del pueblo, no en vano han estado presentes durante más de 120 años, creando
vínculos que van más allá de la enseñanza. El Colegio La Milagrosa, toda una
institución, ha contribuido de forma decisiva a forjar la identidad local,
siendo sus monjas parte del paisaje humano, parte del “paisanaje”.
Colegio La Milagrosa
Las primeras Hermanas llegaron a Polanco en septiembre
de 1903, para hacerse cargo de una escuela de niñas fundada muchos años antes
bajo el patronato familiar del insigne novelista polanquino José María de
Pereda. La modesta escuela, habilitada también como residencia para las tres
primeras religiosas, ofrecía enseñanza gratuita a muchas niñas, algunas de las
cuales, por carecer de medios o vivir lejos del colegio, también recibían allí
la comida diaria.
Gracias a una generosa herencia recibida del
polanquino Mateo Gómez Menocal (1817-1900), quien hizo fortuna en Guatemala y
cuyos restos descansan en el baptisterio de la capilla del colegio, se pudieron
acometer ampliaciones: se construyeron nuevas aulas, una residencia para las
religiosas y, en 1912, la capilla. El creciente número de alumnas motivó la
llegada de nuevas hermanas, y la escuela pasó a denominarse Escuela de la
Milagrosa.
El 1 de octubre de 1913, según me anota sor Manuela, la Visitadora Sor Josefa Bengoechea, el director Padre Eladio
Arnaiz y José María de Pereda (hijo del novelista), como patrón, firmaron un
nuevo contrato por el cual seis Hijas de la Caridad se hacían cargo de la
dirección del colegio, bajo la advocación de la Virgen Milagrosa, en su labor
moral e intelectual.
En 1924, los hijos del escritor constituyeron la Fundación Benéfico-Docente "Colegio de la Milagrosa", siendo su primer patrón Don Vicente de Pereda de la Revilla. A su fallecimiento, la responsabilidad pasó a su hijo, Luis Pereda Torres Quevedo, quien finalmente donó la Fundación a la Comunidad, con autorización del Ministerio de Educación el 7 de noviembre de 1951.
El colegio siguió creciendo. En 1957, ante el notable
aumento de matrícula, se construyó una nave de dos plantas para mejorar la
atención a las alumnas y acoger a numerosas internas. En ese momento, la
comunidad religiosa contaba con 10 Hermanas y el colegio albergaba a unas 400
niñas, internas y externas.
En 1977, se construyó un pabellón cubierto que, además
de proteger a las alumnas de la lluvia durante los recreos, servía como espacio
para las clases de gimnasia y diversas actividades culturales. Aquel salón
amplio, con su escenario, dio mucho juego a lo largo de los años. En 1979,
desapareció el internado. Hasta bien entrada la década de los 70, fue un centro
exclusivamente femenino: los niños solo podían asistir hasta hacer la Primera
Comunión, a los siete años. El colegio, bajo Concierto Educativo con el Estado,
continúa hoy su labor docente con Educación Infantil y Primaria.
Pero más allá de la educación, las monjas han estado
profundamente imbricadas en la vida social del pueblo. Nunca vivieron
apartadas; conocían a sus vecinos y eran conocidas por ellos. Participaron
activamente en la vida cultural del municipio: prestaron sus instalaciones para
representaciones teatrales organizadas por el ayuntamiento y la Obra Social de
la Caja de Ahorros de Cantabria,
ofrecieron su salón de actos al Consejo de la Tercera Edad cuando este carecía
de un local adecuado, colaboraron con la Asociación Sociocultural de Polanco
cediendo espacios para vestuario, maquillaje y salida de la Cabalgata de Reyes,
y permitieron el uso de sus pistas deportivas fuera del horario escolar. Año
tras año, han venido recibiendo con alegría a la Ronda Marcera.
Tampoco olvidaremos su solidaridad en las inundaciones
de 1983 y 1986, cuando prestaron su ayuda desinteresada a las familias
afectadas.
Por sus aulas han pasado generaciones de polanquinas y
polanquinos. Muchos de nosotros guardamos recuerdos entrañables de aquellos
primeros años de infancia: La pizarra, el pizarrín, el babi negro, el cuello de
plástico que apretaba el gaznate… Yo, personalmente, no puedo olvidar a Sor
Juana Oliva, mi maestra, entre los 5 y 7 años. Tenía ya unos 75 años, siempre con una
toquilla sobre los hombros y el característico cornette de las Hijas de la
Caridad, mirando por encima de las gafas que descansaban sobre la punta de su
nariz. Fue una de las primeras hermanas que llegaron al colegio, donde falleció
en 1970, a los 85 años. También Sor Encarnación Ferradán, de edad similar, con serenidad,
cariño y sensibilidad me enseñó a escribir en las ausencias de Sor Juana. Ambas
dedicaron su vida entera a la enseñanza, con una paciencia y un cariño que
nunca olvidaré.
A pesar del elevado número de alumnos por aula, muchos de nosotros aprendimos a leer, escribir con soltura y dominar las cuatro operaciones básicas. Recibíamos dulces, caramelos, y el llamado "pan de ángel", restos de las obleas para la misa. Aquellos pequeños gestos contenían una inmensa ternura.
Las últimas siete Hermanas de la Caridad en la misa de despedida el 7 septiembre
Sor Mari Luz (superiora), Sor Neluca, sor Margarita, Sor Puri, Sor Isabel, Sor Vicente y Sor Adelaida.
Hoy, al anunciarse su marcha, sentimos un profundo agradecimiento y una honda nostalgia. Las monjas han sido historia viva de Polanco. Se las echará de menos, se las recordará con cariño, y su huella quedará para siempre en la memoria colectiva del pueblo.